Por Silvia Moreno-García | Traducido por Carlos Arturo Serrano
Ilustración por Gutti Barrios
Length 912 Words
Resaltar para leer las advertencias de contenido:
Violencia, Amputación médica, Eutanasia, Canibalismo

Nuestra última conversación en este universo ocurre cuando te devuelvo la pelota de baloncesto que me prestaste. Tenemos diecisiete años. Hace siete que nos conocemos. A lo largo del bachillerato hemos intercambiado cortadas profundas, un juego persistente de crueldades y reconciliaciones, porque así se juega entre las fieras y nosotros no somos más que salvajes vestidos de jeans y tenis. Somos siempre amigos y siempre enemigos, aunque puede que hoy seamos más amigos que otra cosa. Esta separación debería ameritar nuestro único beso.
Nunca nos besamos. Yo me despido y tú te vas.
Tú te haces artista y yo veo fotos de tus obras por internet.
Nunca envías la postal que prometiste.
***
Combatimos muertos vivientes con machetes y rifles. Te muerden cuando estamos escondidos en un supermercado abandonado. David, que en este universo estudió medicina en lugar de dejar las clases, te amputa la mano.
Te limpio el sudor de la frente, pero estás muy débil y la gangrena avanza. Te corto la garganta porque no es prudente gastar otra bala. Les dejamos tu cuerpo a los zombis.
***
En Nuevo Aztlán eres sacerdote de Tláloc, responsable del éxito de los cultivos. Colocas ofrendas de jade y conchas ante el santuario del dios y le haces sacrificios. Cuando nos cruzamos por casualidad, en el palacio del tlatoani, tu mirada siempre apunta al frente, ensombrecida, fingiendo que no estoy. Sé que finges, porque cuando aparto los ojos puedo sentir los tuyos.
No intercambiamos palabra.
***
Habitamos el subsuelo, en una enorme ciudad que alcanza las profundidades de la corteza terrestre, y muy rara vez nos atrevemos a acercarnos a los domos de vidrio grueso que nos permiten un vistazo de una roja y estéril vastedad.
Yo subo y bajo los túneles llevando mensajes a la carrera. Tú vigilas una doble puerta de metal.
Hay cosas que se esconden en las tinieblas de los túneles, cosas que reptan y dejan un rastro de baba negra. Tú abres las puertas todos los días, para que yo descienda, y un día no regreso.
***
Estudiamos en el mismo colegio. Te aburres en clase y haces dibujos en los márgenes de los libros.
En este universo yo soy la que se va. Me casan con un mercader que comercia sal y especias. Mi dote incluye sedas y oro. Como regalo de bodas me envías un dibujo que mi hermana intercepta y rasga en pedazos.
Nunca me entero de qué dibujaste.
***
No existen antibióticos ni vacunas. Me contagio de polio y las piernas se me tuercen, se atrofian, y las tapo con faldas largas. No puedo correr tras la pelota, así que no nos conocemos en la cancha.
Tú sí conoces a Gaby y ella es tan bonita como siempre. Así que la amas, como has hecho otras veces, en otros lugares, y se casan.
David nuevamente es médico y trata mis piernas deformes. Una tarde, cuando estoy saliendo de su consultorio, vienes entrando tú.
Me abres la puerta, me miras con curiosidad, se eleva una sonrisa en los bordes de tu boca, y yo me voy.
***
En este universo organizan una exhibición de tus obras y yo hago todos los esfuerzos por ir. Llevo el lustroso catálogo en mis manos sudorosas y recorro con la mirada el salón, deteniéndome en tus pinturas.
Hay un dibujo de David, un boceto hecho a tinta. Hay un lienzo grandísimo de Gaby a todo color. Hay edificios que se parecen a los que has visto en otros lugares y caras que se han ahogado en océanos desconocidos.
Todos y todo son un caleidoscopio de vidas apiladas.
Busco mi cara, pero no aparece. En su lugar me tropiezo con un boceto tosco de una mujer a la que se le ven los hombros y el cuello y el pelo, y donde debería tener la cara hay un hueco.
Me quedo mirando esta negación de mujer.
Me doy la vuelta y te veo al otro lado del salón, hablando con un grupito de gente, con una copa entre las manos. Te miro y de golpe giras la cabeza hacia mí.
Me acerco con el plan de preguntarte por qué nunca enviaste la postal.
Dijiste que ibas a escribirme.
Avanzo y sigues mirándome como aquella vez cuando nos batimos en duelo en una selva de flores carnívoras. Esa vez te maté.
—Hola —digo, y los que te rodean dejan de charlar para alejarse medio paso.
—¿Nos conocemos? —preguntas.
La forma en que se te arquea la boca me trae recuerdos de nuestra juventud. Me pregunto si no me reconoces o si este es otro de tus juegos, en los que finges no saber de mí para hacerme daño.
Es lo segundo. Me alegro de haberte matado cuando llegaron los zombis.
(Sospecho que en algún lugar, en algún otro plano, también estoy matándote).
—No —digo—. Debo de estar confundida.
Tu cara es igual a la del sacerdote azteca cuando blandía el puñal de obsidiana.
—Eso pensé —dices.
Asiento con la cabeza y salgo de la galería. Afuera llueve.
En otro universo sales corriendo de la galería con un paraguas y caminamos juntos, cabizbajos, en un silencio críptico que no se rompe hasta que llegamos a la estación del metro y ambos hacemos la misma pregunta de sorpresa.
Pero en este universo yo simplemente me cubro la cabeza con la capucha del abrigo y doy pasos que salpican en los charcos. Nunca nos damos un beso en este universo.
© Silvia Moreno-García
Publicado originalmente en AE - The Canadian Science Fiction Review, Enero 2014.

Silvia Moreno-García es la autora bestseller de Mexican Gothic, Gods of Jade and Shadow, Certain Dark Things, Untamed Shore, y unos cuantos libros más. También ha editado varias antologías, incluyendo la premiada por el World Fantasy Award, She Walks in Shadows, (también conocida como Cthulhu’s Daughters).